Lo primero que quería hacer cuando me decidí a ponerme en marcha con este blog, era reflejar un poco los aspectos de la vida que me empujaron a ello, explicar un poco sobre mi pasado, mis inquietudes y toda la experiencia que he recogido hasta el día de hoy. Creo que es más cómodo visitar un sitio web cuando sabes quién está al otro lado de la pantalla, cuando conoces a las personas que te ofrecen la información.

Yo nací en una humilde familia de barrio, no creo que sea necesario señalar dónde exactamente, sino que conozcan mi historia personal de modo que puedan empatizar con ella como si les hubiese sucedido a ustedes mismos. Pertenezco a esa generación perdida que nació sin ningún tipo de tecnología, cuando era chiquito comenzaron a aflorar los celulares del tamaño de un ladrillo, emitían tonos más o menos modulares y existía algo llamado “infrarrojos” para transmitir archivos, después se lanzaron los primeros móviles con cámaras en las que había que hacer un gran esfuerzo para descifrar la imagen y comenzaron a ser capaces de reproducir archivos mp3 y, durante este proceso llegó YouTube, internet, Google y al final todo confluyó en un smartphone que llevas 24 horas al día encima.

Nunca olviden la precaución en las redes

Nuestra generación lo vivió todo, desde la era analógica, a la era digital y es cierto que entramos en pañales en un mundo que nos venía demasiado grande, al fin y al cabo, internet es un universo en sí mismo. Es un hecho que propone un sinfín de posibilidades, pero hay que saber utilizarlo bien porque supone un arma de doble filo. Nuestra familia compuesta por dos padres que bastante tienen con realizar sus búsquedas de Google y enviar mensajes y tres hijos nacidos entre finales de la década de los 80 y principios de los 90.

Yo, el más pequeño de los tres, comprobé de primera mano cómo puede influir de forma negativa adentrarse en páginas web fraudulentas, ya que mi hermano mayor era un artista con gran proyección y cierto día decidió fiarse de blogs de arte desconocidos y uno en particular le llamó la atención por la propuesta que ofrecía.

Tan solo tenía que diseñar ciertos bocetos, cuadros o material que tuviese a mano, entonces un reputado artista evaluaría su trabajo y, si era digno, le permitirían entrar en una de las mejores escuelas de arte del país, así que, sin pensarlo más, mi pobre hermano se embarcó en aquella empresa pidiendo dinero a nuestros papás para poder pagar la matricula. Como podrán imaginar, la escuela no sabía nada de mi hermano después de haber dado los datos de la cuenta bancaria y nunca más supimos de aquellos estafadores